Y en aquél jardín del edén, surgió
un pensamiento, un sentimiento, un deseo que enseguida fue olvidado.
De allí, nació algo nuevo, algo nunca visto en la eternidad, algo
que te daba forma, que te definía, que te permitía reconocerte,
saber que eras alguien, que tenías identidad. Era un espejo.
En ese espejo podías ver plasmados tus
deseos, tus creaciones, era tan atrayente, tan poderoso, que todas
tus creaciones, todos tus hijos, empezaron a hacer lo mismo que tú
hacías, se miraban al espejo, contemplaban sus obras, se miraban y
se sentían importantes.
El espejo tenía vida, pues tu mismo se
la habías dado, tu eras su creador y tú seguías dándosela cada
vez que lo mirabas y cada vez que cualquiera de tus creaciones lo
miraba.
Tenía una cualidad y es que se
impregnaba de la esencia de quién le miraba con lo que sucedió algo
extraño, empezó a mostrar facetas que no reconocías, con lo que
empezaste a pensar que todo eso que te mostraba, era algo ajeno a ti,
no supiste reconocer que eras tú mismo, que eran aspectos de esa parte de tí, que ahora creías ser.
Entonces empezaste a querer cambiar lo
que no te gustaba, empezaste a temer tus propias creaciones,
empezaste a sufrir tus propias proyecciones y te propusiste hacer un
mundo mejor y entraste en una continua guerra contra ti mismo.
Una y otra vez volvías a la batalla,
morías y te levantabas de nuevo para comenzar de nuevo esa batalla
perdida, cambiar una imagen, una proyección. Es como si vas al cine
y te empeñas en cambiar la película, te enfadas con los actores y
vives las experiencias como si fuesen reales.
Caminaste largo tiempo, te estuviste
entreteniendo entre batalla y batalla, con placeres para compensar la
lucha, exprimiste tus deseos, cuando algo ya no te agradaba, lo
cambiabas, lo disfrazabas y te creías que era algo nuevo. Te servía
para seguir con la lucha, con la batalla. Te hiciste creer a ti mismo
que eso era la vida, que en eso consistía y tus creaciones daban
vida a tu sueño y el sueño se daba vida a si mismo en un ciclo que
no pareciera tener fin
De vez en cuando surgía un
pensamiento, un recuerdo, una nostalgia de que tu no eras eso, de que
había algo que se te escapaba, de que eso no tenía sentido y poco a
poco dichos pensamientos, iban calando, iban penetrando e iban
dejando una huella que hizo que por un instante dejases de reaccionar
ante la lucha, que parases de tanta batalla, de tanto
entretenimiento, que te olvidases de los deseos, de los miedos, que
te sintieses rendido, cansado y que permitieses por un instante que
se te mostrase que no había espejo, que nadie te estaba atacando si
no tu mismo, que tu no eras lo que creías y entonces cerraste los
ojos, cerraste todos los sentidos y recuperaste la visión y te
sentiste de nuevo en casa de donde nunca habías salido.